martes, 8 de febrero de 2011

Miguel Strogoff (fragmento) - Julio Verne

“(…) Miguel Strogoff era alto de talla, vigoroso, de anchas espaldas y pecho robusto. Su poderosa cabeza presentaba los hermosos caracteres de la raza caucásica y sus miembros, bien proporcionados, eran como palancas dispuestas mecánicamente para efectuar a la perfección cualquier esfuerzo. Este hermoso y robusto joven, cuando estaba asentado en un sitio, no era fácil de desplazar contra su voluntad, ya que cuando afirmaba sus pies sobre el suelo, daba la impresión de que echaba raíces. Sobre su cabeza, de frente ancha, se encrespaba una cabellera abundante, cuyos rizos escapaban por debajo de su casco moscovita. Su rostro, ordinariamente pálido, se modificaba únicamente cuando se aceleraba el batir de su corazón bajo la influencia de una mayor rapidez en la circulación arterial. Sus ojos, de un azul oscuro, de mirada recta, franca, inalterable, brillaban bajo el arco de sus cejas, donde unos músculos supercillares levemente contraídos denotaban un elevado valor -el valor sin cólera de los héroes, según expresión de los psicólogos- y su poderosa nariz, de anchas ventanas, dominaba una boca simétrica con sus labios salientes propios de los hombres generosos y buenos.


Miguel Strogoff tenía el temperamento del hombre decidido, de rápidas soluciones, que no se muerde las uñas ante la incertidumbre ni se rasca la cabeza ante la duda y que jamás se muestra indeciso.


Sobrio de gestos y de palabras, sabía permanecer inmóvil como un poste ante un superior; pero cuando caminaba, sus pasos denotaban gran seguridad y una notable firmeza en sus movimientos, exponentes de su férrea voluntad y de la confianza que tenía en sí mismo. Era uno de esos hombres que agarran siempre las ocasiones por los pelos; figura un poco forzada pero que lo retrataba de un solo trazo.


Vestía uniforme militar parecido al de los oficiales de la caballería de cazadores en campaña: botas, espuelas, pantalón semiceñido, pelliza bordada en pieles y adornada con cordones amarillos sobre fondo oscuro. Sobre su pecho brillaban una cruz y varias medallas. Pertenecía al cuerpo especial de correos del Zar y entre esta elite de hombres tenía el grado de oficial. Lo que se notaba particularmente en sus ademanes, en su fisonomía, en toda su persona (y que el Zar comprendió al instante), era que se trataba de un «ejecutor de órdenes». Poseía, pues, una de las cualidades más reconocidas en Rusia -según la observación del célebre novelista Turgueniev-, y que conducía a las más elevadas posiciones del Imperio moscovita.


En verdad, si un hombre podía llevar a feliz término este viaje de Moscú a Irkutsk a través de un territorio invadido, superar todos los obstáculos y afrontar todos los peligros de cualquier tipo, era, sin duda alguna, Miguel Strogoff, en el cual concurrían circunstancias muy favorables para llevar a cabo con éxito el proyecto, ya que conocía admirablemente el país que iba a atravesar y comprendía sus diversos idiomas, no sólo por haberlo recorrido, sino porque él mismo era siberiano”. (…)

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