lunes, 30 de agosto de 2010

Para leer en forma interrogativa - Julio Cortázar

Has visto
verdaderamente has visto
la nieve los astros los pasos afelpados de la brisa
Has tocado
de verdad has tocado
el plato el pan la cara de esa mujer que tanto amás
Has vivido
como un golpe en la frente
el instante el jadeo la caìda la fuga
Has sabido
con cada poro de la piel sabido
que tus ojos tus manos tu sexo tu blando corazòn
habìa que tirarlos
habìa que llorarlos
habìa que inventarlos otra vez.

sábado, 28 de agosto de 2010

Es allí adonde voy - Clarice Lispector


Más allá de la oreja existe un sonido, en el extremo de la mirada un aspecto, en las puntas de los dedos un objeto: es allí adonde voy. En la punta del lápiz el trazo. Donde expira un pensamiento hay una idea, en el último suspiro de alegría otra alegría, en la punta de la espada la magia: es allí adonde voy. En la punta del pie el salto. Parece la historia de alguien que fue y no volvió: es allí adonde voy.

¿O no voy? Voy, sí. Y vuelvo para ver cómo están las cosas. Si continúan mágicas. ¿Realidad? Yo os espero. Es allí adonde voy. En la punta de la palabra está la palabra. Quiero usar la palabra “tertulia”, y no sé dónde ni cuándo. Al borde de la tertulia está la familia. Al borde de la familia estoy yo. A la orilla de mí estoy yo. Es hacia mí adonde voy. Y de mí salgo para ver. ¿Ver qué? Ver lo que existe. Después de muerta es hacia la realidad adonde voy. Mientras tanto, lo que hay es un sueño. Sueño fatídico. Pero después, después todo es real. Y el alma libre busca un rincón para acomodarse. Soy un yo que anuncia. No sé sobre qué estoy hablando. Estoy hablando de nada. Yo soy nada. Después de muerta me agrandaré y me esparciré, y alguien dirá con amor mi nombre. Es hacia mi pobre nombre adonde voy. Y de allá vuelvo para llamar al nombre del ser amado y de los hijos. Ellos me responderán. Al fin tendré una respuesta. ¿Qué respuesta? La del amor. Amor: yo os amo tanto. Yo amo el amor. El amor es rojo. Los celos son verdes. Mis ojos son verdes. Pero son verdes tan oscuros que en las fotografías salen negros. Mi secreto es tener los ojos verdes y que nadie lo sepa. En el extremo de mí estoy yo. Yo, implorante, yo, la que necesita, la que pide, la que llora, la que se lamenta. Pero la que canta. La que dice palabras.¿Palabras al viento? ¿Qué importa,los vientos las traen de nuevo y yo las poseo.


Yo a la orilla del viento. La colina de los vientos aullantes me llama. Voy, bruja que soy. Y me transmuto. Oh, perro, ¿dónde está tu alma? ¿Está cerca de tu cuerpo? Yo estoy cerca de mi cuerpo. Y muero lentamente.


¿Qué estoy diciendo? Estoy diciendo amor. Y cerca del amor estamos nosotros.




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miércoles, 25 de agosto de 2010

El Lobo estepario (fragmento) - Hermann Hesse

Aparté mi vaso, que la tabernera quería volver a llenarme, y me levanté. Ya no necesitaba más vino. La huella de oro había relampagueado, me había hecho recordar lo eterno, a Mozart y a las estrellas. Podía volver a respirar una hora, podía vivir, podía existir, no necesitaba sufrir tormentos, ni tener miedo, ni avergonzarme.

La finísima y tenue lluvia impulsada por el viento frío tremaba en torno a los faroles y brillaba con helado centelleo, cuando salí a la calle desierta ya. ¿Adónde ahora? Si hubiese dispuesto en aquel momento de una varita de virtud, se me hubiera presentado al punto un pequeño y lindo salón estilo Luis XVI, en donde un par de buenos músicos me hubiesen tocado dos o tres piezas de Hándel y de Mozart. Para una cosa así tenía mi espíritu dispuesto en aquel instante, y me hubiera sorbido la música noble y serena, como los dioses beben el néctar. Oh, ¡si yo hubiese tenido ahora un amigo, un amigo en una bohardilla cualquiera, ocupado en cualquier cosa a la luz de una bujía y con un violín por allí en cualquier lado! ¡Cómo me hubiese deslizado hasta su callado refugio nocturno, hubiera trepado sin hacer ruido por las revueltas de la escalera y lo hubiera sorprendido, celebrando en su compañía con el diálogo y la música dos horas celestiales aquella noche! Con frecuencia había gustado esta felicidad antiguamente, en años pasados ya, pero también esto se me había alejado con el tiempo y estaba privado de ello; años marchitos se habían interpuesto entre aquello y esto.


Lentamente emprendí el camino hacia mi casa, me levanté el cuello del gabán y apoyé el bastón en el suelo mojado. Aun cuando quisiera recorrer el camino muy despacio, pronto me hallaría sentado otra vez en mi sotabanco, en mi pequeña ficción de hogar, que no era de mi gusto, pero de la cual no podía prescindir, pues para mí había pasado ya el tiempo en que pudiera andar ambulando al aire libre toda una madrugada lluviosa de invierno. Ea, ¡en el nombre de Dios! Yo no quería estropearme el buen humor de la noche, ni con la lluvia, ni con la gota, ni con la araucaria; y aunque no podía contar con una orquesta de cámara y aunque no pudiera encontrarse un amigo solitario con un violín, aquella linda melodía seguía, sin embargo, en mi interior, y yo mismo podía tarareármela con toda claridad cantándola por lo bajo en rítmicas inspiraciones. No, también se las podía uno arreglar sin música de salón y sin el amigo, y era ridículo consumirse en impotentes afanes sociales. Soledad era independencia, yo me la había deseado y la había conseguido al cabo de largos años. Era fría, es cierto, pero también era tranquila, maravillosamente tranquila y grande, como el tranquilo espacio frío en que se mueven las estrellas.

lunes, 23 de agosto de 2010

Viajes (fragmento de Historias de Cronopios y de Famas) - Julio Cortázar

Cuando los famas salen de viaje, sus costumbres al pernoctar en una ciudad son las siguientes: Un fama va al hotel y averigua cautelosamente los precios, la calidad de las sábanas y el color de las alfombras. El segundo se traslada a la comisaría y labra un acta declarando los muebles e inmuebles de los tres, así como el inventario del contenido de sus valijas. El tercer fama va al hospital y copia las listas de los médicos de guardia y sus especialidades.
Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor de la ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café a beber un aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza recibe el nombre de "Alegría de los famas".
Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: "La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad". Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios.
Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a verlas porque ellas ni se molestan.

jueves, 19 de agosto de 2010

La boca - Miguel Hernández

Boca que arrastra mi boca:
boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.

Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.
Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
das a la grama sangrante
dos fúlgidos aletazos.
El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.


Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.
Astro que tiene tu boca
enmudecido y cerrado
hasta que un roce celeste
hace que vibren sus párpados.


Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejarán desiertos
ni las calles ni los campos.


¡Cuánta boca enterrada,
sin boca, desenterramos!


Beso en tu boca por ellos,
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos,
besos distantes y amargos.


Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado.


He de volverte a besar,
he de volver, hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos y enamorados.


Boca que desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres palabras,
tres fuegos has heredado:
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escritos sobre tus labios.

lunes, 16 de agosto de 2010

Más Allá del Amor - Octavio Paz

Todo nos amenaza:
el tiempo, que en vivientes fragmentos divide
al que fui
del que seré,
como el machete a la culebra;
la conciencia, la transparencia traspasada,
la mirada ciega de mirarse mirar;
las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba,
el agua, la piel;
nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan,
murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba.


Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas,
ni el delirio y su espuma profética,
ni el amor con sus dientes y uñas nos bastan.
Más allá de nosotros,
en las fronteras del ser y el estar,
una vida más vida nos reclama.


Afuera la noche respira, se extiende,
llena de grandes hojas calientes,
de espejos que combaten:
frutos, garras, ojos, follajes,
espaldas que relucen,
cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos.


Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma,
de tanta vida que se ignora y se entrega:
tú también perteneces a la noche.
Extiéndete, blancura que respira,
late, oh estrella repartida,
copa,
pan que inclinas la balanza del lado de la aurora,
pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida

jueves, 12 de agosto de 2010

La mar ciñe a la noche en su regazo - Miguel de Unamuno

La mar ciñe a la noche en su regazo
y la noche a la mar; la luna, ausente;
se besan en los ojos y en la frente;
los besos dejan misterioso trazo.


Derrítense después en un abrazo,
tiritan las estrellas con ardiente
pasión de mero amor, y el alma siente
que noche y mar se enredan en su lazo.


Y se baña en la oscura lejanía
de su germen eterno, de su origen,
cuando con ella Dios amanecía,


y aunque los necios sabios leyes fijen,
ve la piedad del alma la anarquía
y que leyes no son las que nos rigen.


Horas serenas del ocaso breve,
cuando la mar se abraza con el cielo
y se despierta el inmortal anhelo
que al fundirse la lumbre, lumbre bebe.


Copos perdidos de encendida nieve,
las estrellas se posan en el suelo
de la noche celeste, y su consuelo
nos dan piadosas con su brillo leve.


Como en concha sutil perla perdida,
lágrima de las olas gemebundas,
entre el cielo y la mar sobrecogida


el alma cuaja luces moribundas
y recoge en el lecho de su vida
el poso de sus penas más profundas.

viernes, 6 de agosto de 2010

Ultimo sol en Villa Ortúzar - Jorge Luis Borges

Tarde como de Juicio Final.
La calle es como una herida abierta en el cielo.
Yo no sé si fue un Ángel o un ocaso la claridad que ardió en la hondura.
Insistente, como una pesadilla, carga sobre mí la distancia. Al horizonte un alambrado le duele.
El mundo está como inservible y tirado.
En el cielo es de día, pero la noche es traicionera en las zanjas.
Toda la luz está en las tapias azules y en ese alboroto de chicas.
Ya no sé si es un árbol o es un dios, ese que asoma por la verja herrumbrada.
Cuántos países a la vez: el campo, el cielos, las afueras. Hoy he sido rico de calles y de ocaso filoso y de la tarde hecha estupor.
Lejos, me devolveré a mi pobreza.


Luna de enfrente (1925)

martes, 3 de agosto de 2010

Unidad en ella - Vicente Aleixandre


Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.


Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes.


Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.


Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.


Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.


Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala, es todavía unas manos,
un repasar de tu crujiente pelo, un crepitar
de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.