martes, 26 de junio de 2012

Gratitud - Oliverio Girondo

Gracias aroma 
azul, 
fogata 
encelo. 
Gracias pelo 
caballo 
mandarino. 
Gracias pudor 
turquesa 
embrujo 
vela, 
llamarada 
quietud 
azar 
delirio. 
Gracias a los racimos 
a la tarde, 
a la sed 
al fervor 
a las arrugas, 
al silencio 
a los senos 
a la noche, 
a la danza 
a la lumbre 
a la espesura. 
Muchas gracias al humo 
a los microbios, 
al despertar 
al cuerno 
a la belleza, 
a la esponja 
a la duda 
a la semilla 
a la sangre 
a los toros 
a la siesta. 
Gracias por la ebriedad, 
por la vagancia, 
por el aire 
la piel 
las alamedas, 
por el absurdo de hoy 
y de mañana, 
desazón 
avidez 
calma 
alegría, 
nostalgia 
desamor 
ceniza 
llanto. 
Gracias a lo que nace, 
a lo que muere, 
a las uñas 
las alas 
las hormigas, 
los reflejos 
el viento 
la rompiente, 
el olvido 
los granos 
la locura. 
Muchas gracias gusano. 
Gracias huevo. 
Gracias fango, 
sonido. 
Gracias piedra. 
Muchas gracias por todo. 
Muchas gracias. 
Oliverio Girondo, 
agradecido.

miércoles, 13 de junio de 2012

La blanca soledad - Lepoldo Lugones

Bajo la calma del sueño,

calma lunar de luminosa seda,

la noche

como si fuera

el blanco cuerpo del silencio,

dulcemente en la inmensidad se acuesta.

Y desata

su cabellera,

en prodigioso follaje de alamedas.



Nada vive sino el ojo

del reloj en la torre tétrica,

profundizando inútilmente el infinito

como un agujero abierto en la arena.

El infinito.

Rodado por las ruedas

de los relojes,

como un carro que nunca llega.


La luna cava un blanco abismo
de quietud, en cuya cuenca

las cosas son cadáveres
y las sombras viven como ideas.

Y uno se pasma de lo próxima
que está la muerte en la blancura aquella.

De lo bello que es el mundo

poseído por la antigüedad de la luna llena.

Y el ansia tristísima de ser amado,

en el corazón doloroso tiembla.



Hay una ciudad en el aire,
una ciudad casi invisible suspensa,

cuyos vagos perfiles

sobre la clara noche transparentan,

como las rayas de agua en un pliego,

su cristalización poliédrica.

Una ciudad tan lejana,

que angustia con su absurda presencia.



¿Es una ciudad o un buque

en el que fuésemos abandonando la tierra,

callados y felices,

y con tal pureza,
que sólo nuestras almas

en la blancura plenilunar vivieran?...


Y de pronto cruza un vago

estremecimiento por la luz serena.

Las líneas se desvanecen,

la inmensidad cámbiase en blanca piedra

y sólo permanece en la noche aciaga

la certidumbre de tu ausencia.