Puedo ir y venir… Puedo la calma de un lago Y también la furia del viento. Puedo velar por tus sueños Y ser tu pesadilla peor, también puedo Puedo escuchar la melodía más dulce Aunque retumben trémulos truenos... Puedo callar, pero siempre prefiero gritar… Puedo perder más que ganar… Puedo pensar, y puedo ser libre Sin temer a la libertad.
martes, 1 de septiembre de 2009
La mar - Eduardo Galeano
En una terraza de la ribera, echado al sol, Rafael Alberti estaba mirando la mar, tocándola con los ojos, respirándola: el vuelo sin ningún apuro de las gaviotas y los veleros, la espuma luminosa, el viento azul. Y de pronto se estremeció, como si fuera la primera vez, y sintió el asombro de estar, de seguir estando. Se volvió hacia Marcos Ana, que callaba a sulado y, apretándole el brazo, dijo, como si nunca lo hubiera sabido, como si recién lo descubriera:
–Qué corta es la vida.
Unos días después, Alberti murió, de cara a la mar, en esta bahía de Cádiz donde noventa y seis años antes había nacido.
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